DIOCESIS DE SAN FELIPE
GOBIERNO SUPERIOR ECLESIASTICO
CARTA PASTORAL “50 AÑOS DE AMOR Y MISERICORDIA”
CON OCASIÓN DEL 50 ANIVERSARIO
DE ERECCION CANONICA DE LA
DIOCESIS DE SAN FELLIPE
VICTOR HUGO BASABE
POR GRACIA DE DIOS Y POR DISPOSICION DE LA SEDE APOSTOLICA
OBISPO DE SAN FELIPE – VENEZUELA
A todo el Clero, a los miembros de los Institutos de Vida Consagrada presentes en nuestra Diócesis, a los movimientos de Apostolado Seglar, Seminaristas y hermanos todos que peregrinan al encuentro del Señor en esta nuestra Iglesia de San Felipe.
Con ocasión del “Cincuentenario” de la erección canónica de nuestra amada Iglesia Diocesana con la publicación de la Bula “Ex quo tempore” de Su Santidad Paulo VI, de fecha 07 de octubre de 1966. Consciente de que se trata de celebrar 50 años de amor y misericordia de parte de Dios para con nosotros, quiero convocarles a celebrar un Año Jubilar, desde el 07 de octubre de este año, hasta el 07 de octubre de 2017. A lo largo del mismo, peregrinando a la Santa Iglesia Catedral y a las Iglesias jubilares (Santuario Diocesano Divina Pastora de Salom, Santa Lucía de Yaritagua, San Jerónimo de Cocorote, Nuestra Señora de Coromoto en Marín, Nuestra Señora de Las Victorias de Nirgua y San Miguel Arcángel de Aroa) atravesando la Puerta Santa ubicada en cada una de ellas y cumpliendo con los requisitos necesarios, se podrá obtener el privilegio de la Indulgencia Plenaria que el Papa Francisco ha concedido en el Año Santo de la Misericordia y que en nuestro caso se extiende a lo largo de todo el Año Jubilar.
La palabra “jubileo” significa fiesta, alegría. Les estoy extendiendo pues, una invitación a la alegría, a festejar que “el Señor ha estado grande con nosotros”.
Todos estamos invitados a “peregrinar” para celebrar con alegría la obra de la salvación realizada por Dios a lo largo de la historia de nuestra Diócesis por eso, “Entremos por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias a Dios y bendiciendo su nombre” (Salmo 99).
UN AÑO JUBILAR PARA RENOVARNOS
Queridos hermanos. Nuestro Año Jubilar se inicia en un contexto marcado por profundas dificultades de índole político, económico y social en el seno de nuestra Patria y de nuestro territorio diocesano, pero sobre todo, en un contexto marcado por un profundo deterioro moral y ético en todos los ámbitos de la vida ciudadana. En este contexto, se hace urgente el testimonio de los discípulos de Jesús, por eso, el año jubilar debe ser una ocasión para nuestra renovación personal y eclesial. Es urgente que quienes formamos la comunidad cristiana, que somos el verdadero templo de Dios, seamos un verdadero edificio espiritual de piedras vivas. Todos los cristianos estamos llamados a ser templos del Espíritu Santo y, a imagen de Cristo, resplandecer con una vida agradable a Dios en medio de nuestros compatriotas.
Con frecuencia se dice que en la Iglesia hay muchas cosas que cambiar, que la Iglesia debe renovarse, ponerse a día, etc. De hecho la Iglesia, nos dice el concilio Vaticano II, por la debilidad de sus hijos, está siempre necesitada de purificación y ha de buscar incesantemente su renovación (cf. LG 8). Y el mismo Concilio, en el decreto sobre Ecumenismo, afirma: “La Iglesia, peregrina en este mundo, es llamada por Cristo a una reforma permanente de la que ella, como institución terrena y humana, necesita continuamente” (UR 5).
Ahora bien, ¿qué es lo que hay que reformar? Por todos lados se oye preguntar: ¿Qué harías tú para cambiar la Iglesia? Hasta al Papa Francisco se lo han preguntado. Y él ya ha dado una primera respuesta. Lo hizo en la Vigilia de Oración de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: “Una vez le preguntaron a la Madre Teresa de Calcuta qué era lo que debía cambiar en la Iglesia, y para empezar, ¿por qué pared de la Iglesia empezamos? ¿Por dónde hay que empezar?: ‘Por vos y por mí’, contestó ella. Tenía garra esta mujer. Sabía por dónde había que empezar. Yo también, hoy, le robo la palabra a la Madre Teresa, y te digo ¿empezamos?, ¿por dónde? Por vos y por mí. Cada uno pregúntese, si tengo que empezar por mí, ¿Por dónde empiezo? Cada uno abra su corazón para que Jesús le diga por dónde tiene que empezar”.
SENTIDO DEL JUBILEO
Es bajo esta perspectiva, de la necesidad de “nuestra restauración personal y eclesial”, que se entiende más plenamente el significado del JUBILEO. Sí, se trata de alegría y acción de gracias, especialmente, porque se nos ofrece la oportunidad de abandonar los caminos equivocados, de poner orden en nuestra vida, de curar las heridas y secuelas que va dejando en nosotros la mala vida que hemos llevado…, es pedir: “Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. No nos alejaremos de Ti, danos vida para que invoquemos tu nombre” (Salmo 79).
Se nos ofrece, por tanto, un tiempo de renovación y conversión, que implica necesariamente dos actitudes operativas: el arrepentimiento como consecuencia de haber tomado conciencia de nuestra condición de pecadores y el retorno a Dios con la firme voluntad de guardar sus mandamientos. Tenemos que destruir los ídolos que hemos puesto en lugar de Dios y darle el lugar que le corresponde en nuestro corazón. El Año Jubilar debe despertar en nuestra conciencia la necesidad de Dios e impulsarnos a buscarle con alma, corazón y vida.
La celebración de los “años jubilares” se remonta al Pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, donde ya tenía el significado de celebrar el perdón de Dios y de renovación de la fe en Él. Es la alegría que viene de la fe y de saber que Dios es siempre fiel en su amor hacia nosotros y nunca nos abandona al poder del pecado, sino que compadecido tiende la mano a todos. Un año jubilar es, por así decir, hacer “borrón y cuenta nueva” porque Dios nos ama, nos perdona, nos regenera y con su salvación nos devuelve la alegría.
Para la Iglesia católica, el Jubileo es un gran suceso religioso. Es el año del perdón y de la remisión de las penas por los pecados, es el año de la reconciliación entre los adversarios, de la conversión y del sacramento de la reconciliación o de la penitencia y, en consecuencia, de la solidaridad, de la esperanza, de la justicia, del empeño por servir a Dios en el gozo y la paz con los hermanos.
Personalmente, para cada uno, el Jubileo es una experiencia de la misericordia de Dios en su vida y la comprobación de la capacidad de cambio que tiene la persona cuando corresponde, consciente y libremente, a la gracia divina. Cuando una persona está a punto de morir en un accidente o por una enfermedad grave, pero felizmente sobrevive y se salva, se suele decir que “volvió a nacer”. Pues bien, el Año Jubilar es un acontecimiento de salvación porque nos permite liberarnos de esos pecados y enfermedades espirituales que ponen en peligro nuestra vida cristiana. Con la gracia de Dios podemos ser espiritualmente curados, renacer y recuperar la frescura de una fe viva.
Con el Año Jubilar, una vez más, se cumplen entre nosotros las palabras de la Virgen María en el Magnificat: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”. En efecto, con ocasión de esta efemérides, Dios Misericordioso nos ofrece, como pueblo suyo, un tiempo de gracia y reconciliación. El Padre nos alienta en Cristo para que volvamos constantemente a Él, obedeciendo más plenamente al Espíritu Santo y nos entreguemos al servicio de todos los hombres (cf. Pref. Plegaria de la Reconciliación I).
LOS SIGNOS DEL AÑO JUBILAR
La Peregrinación: Peregrinar es avanzar a través de un camino, hacia una meta. Nuestra vida en este mundo es sólo un paso hacia la eternidad. La vida es como un puente que tenemos que atravesar. En este mundo vivimos como quien va de paso.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que “caminamos como peregrinos hacia la Jerusalén Celestial” (Catecismo, 1198) y señala que las peregrinaciones evocan nuestro caminar por la tierra hacia el cielo” (Catecismo, 2691). Es decir, nuestra vida, desde que nacemos hasta que morimos es una peregrinación de fe. Como dice San Pablo: “Caminamos hacia Dios, sin verlo, guiados por la fe” (2Cor. 5,6). Y en la liturgia de la Misa pedimos: “Y, cuando termine nuestra peregrinación por este mundo, recíbenos también a nosotros en tu Reino, donde esperamos gozar de la plenitud eterna de tu gloria” (Plegaria Eucarística V). La peregrinación evoca el camino personal del creyente siguiendo las huellas de Cristo: es ejercicio de ascesis laboriosa, de arrepentimiento por las debilidades humanas, de constante vigilancia de la propia fragilidad y de preparación interior a la conversión del corazón.
La Puerta Santa o puerta de los peregrinos. La peregrinación va acompañada del signo de la «puerta santa» de entrada de los peregrinos, que abrimos solemnemente al comienzo del Año Jubilar. Atravesar la “puerta santa” es signo del paso que cada cristiano está llamado a dar: pasar del pecado a la gracia. Jesús dijo: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 7), para indicar que nadie puede tener acceso al Padre si no a través suyo. Hay un solo acceso que abre de par en par la entrada en la vida de comunión con Dios: este acceso es Jesús, única y absoluta vía de salvación. Es la Palabra que nos guía en el camino de la vida, la mano que Dios tiende a los pecadores, el camino que nos conduce a la paz.
Las indicaciones colocadas en la puerta santa, recuerdan la responsabilidad de cada creyente al cruzar su umbral para entrar al templo. El gesto concreto de pasar por aquella «puerta» significa confesar que Cristo Jesús es el Señor, fortaleciendo la fe en Él para vivir la vida nueva que nos ha dado. Es una decisión que presupone la libertad de elegir y, al mismo tiempo, el valor de dejar algo, sabiendo que así se alcanza la vida divina. Atravesar la puerta es tomarse en serio lo que dice el salmista
Señor, ¿quién puede entrar en tu casa
y habitar en tu monte santo?
El que procede honradamente
y práctica la justicia;
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua;
el que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino;
el que rechaza la maldad
y honra a los que temen al Señor;
el que cumple lo que prometió
aún en daño propio;
el que no presta dinero a usura
ni acepta sobornos.
El que así obra nunca fallará.
Los sacramentos. Decía Juan Pablo II, al convocar el Jubileo del Año 2000, “culmen del Jubileo es el encuentro con Dios Padre por medio de Cristo Salvador, presente en su Iglesia, especialmente en sus Sacramentos. Por esto, todo el camino jubilar, preparado por la peregrinación, tiene como punto de partida y de llegada la celebración del sacramento de la Penitencia y de la Eucaristía, misterio pascual de Cristo, nuestra paz y nuestra reconciliación: éste es el encuentro transformador que abre al don de la indulgencia para uno mismo y para los demás”.
Obras de misericordia o caridad. Uno se los aspectos del Año Santo de la Misericordia, en el marco del cual abrimos nuestro Año Jubilar, que ya estaba presente en tiempos del Antiguo Testamento, era el restablecimiento de la justicia que había sido dañada y la ayuda a los empobrecidos y necesitados. A este respecto el Papa Francisco en la Bula de indicción del Año Santo nos ha dicho “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” Por eso, el amor fraterno y solidario, propio de una vida auténticamente cristiana, debe ser una de las expresiones más significativas de nuestra vivencia del Año Jubilar.
EL DON DE LA INDULGENCIA PLENARIA
La “indulgencia” consiste en la reconciliación o perdón abundante y generoso, derramado sobre los que se convierten e imploran la remisión total de sus culpas y la restauración de sus vidas y personas. Como nos enseña la Iglesia, en el pecador reconciliado permanecen algunas consecuencias del pecado, que necesitan curación y purificación, para que las secuelas del mal no le arrastren de nuevo a la desobediencia de los mandamientos del Señor.
En éste ámbito adquiere relevancia “la indulgencia”, se cicatrizan las heridas (tendencias hacia el mal) que los pecados cometidos dejan en nosotros y nos libera de lo que llamamos “pena temporal”. La purificación que nos reporta “la indulgencia” nos dispone a perseverar en la comunión con Dios y nos deja más dispuestos al bien y más libres para realizarlo. Es algo así como hacer unos “ejercicios de rehabilitación espiritual”.
Cualquier “indulgencia” que, con su autoridad, concede el Papa a los fieles, es un verdadero tiempo de gracia y salvación que Dios nos otorga, pues forma parte del “poder de las llaves” que el Señor concedió a Pedro y sus sucesores: “lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (Mt. 16, 19).
Por tanto, aquí se cumple lo que nos promete el Señor por boca de San Pablo: “En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación” (2Cor. 6,2). Haciendo mías las palabras del propio San Pablo, les digo: “como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo les suplicamos: ¡reconcíliense con Dios! (2Cor. 5, 20).
Para vivir plenamente “este año de gracia del Señor” la Iglesia, que es la depositaria de la gracia de Cristo, nos concede esta especial “Indulgencia Plenaria”, y fija las condiciones para recibirla:
1) Excluir del corazón cualquier apego al pecado. Es bueno renovar las promesas bautismales renunciando a Satanás, a sus seducciones y a sus obras.
2) Confesarse y comulgar, el mismo día o unos días antes o después de realizar la peregrinación.
3) Peregrinar durante el tiempo del Año Jubilar, comunitaria o individualmente, a la Santa Iglesia Catedral, o a la Iglesia Jubilar más cercana con la intención de ganar la indulgencia, entrando por la “Puerta Santa” y participando en alguna celebración litúrgica o, al menos, dedicando un prudente espacio de tiempo a alguna meditación piadosa, finalizando con el rezo del Padrenuestro e invocando a la Santísima Virgen María.
4) Profesar la fe, rezando el credo y hacer una oración por el Papa y sus intenciones.
5) Aunque el don de la Indulgencia Plenaria puede recibirse privadamente, es más expresivo eclesialmente participar comunitariamente en peregrinación. Por ello, es aconsejable la participación en la Misa del Peregrino que debe celebrarse en la Catedral y en las Iglesias Jubilares.
6) Compromiso concreto de realizar algunas obras de caridad y de penitencia. Una buena forma o disposición personal sería abandonar cosas superfluas y vivir más austeramente en beneficio de los pobres, dedicar parte de nuestro tiempo practicando las obras de misericordia, etc.
Realizando estos pasos, necesarios para obtener personalmente el don de la Indulgencia Plenaria, expresamos nuestra voluntad de seguir a Cristo, apartándonos del pecado y sirviéndole con santidad y justicia. Como rezamos en el Salmo 50, debemos querer y pedir con perseverancia: “Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu Santo Espíritu. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso”.
UN AÑO JUBILAR CON PROYECCIÓN EN EL FUTURO
El Año Jubilar no es un paréntesis en la vida de la nuestra Iglesia Diocesana, ni es un mero evento para hacer cosas diferentes, novedosas o llamativas. Por el contrario, debemos verlo como un tiempo fuerte y privilegiado de presencia del Señor, de trabajo interior que ayude a revisar, purificar y potenciar la vida de la Iglesia diocesana. Por eso es muy conveniente volver a experimentar la misericordia de Dios a través de este “año de gracia” que ha de vivirse como una intensa experiencia cristiana de renovación, personal y comunitaria, parroquial y diocesana.
La celebración del Año Jubilar, al que estamos convocados todos los que formamos la Diócesis de San Felipe, es una respuesta adecuada para esta hora de la Iglesia y de la sociedad, en la que se nos exige una renovación espiritual y moral profunda, para ser más eficazmente sacramento o signo de la íntima unión con Dios y de unidad de todos los hombres.
Para conseguirlo haremos bien en guiarnos por la exhortación que nos ofrece la Palabra de Dios en la segunda carta de San Pedro: “Pongan todo empeño en añadir a su fe la virtud, a la virtud el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor. Estas cualidades, si las poseen y van creciendo, impiden ser remisos e improductivos en la adquisición del conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. El que no las tiene es un cegato miope que ha echado en olvido la purificación de sus antiguos pecados. Por eso, hermanos, pongan cada vez más ahínco en ir ratificando su llamamiento y elección. Si lo hacen así, no fallaran nunca, y les abrirán de par en par las puertas del reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2Pe. 5,1-11).
Para que la gracia del Año Jubilar no caiga en saco roto, tenemos que acudir a la Santa Iglesia Catedral o a las iglesias jubilares con el corazón arrepentido y, regresar después a casa, a nuestros quehaceres y trabajos, a nuestras parroquias y comunidades, con el corazón renovado por la gracia de Dios, con la certeza de haber recibido amor de Cristo y el gozo de ser sus discípulos. Así será un año de renovación espiritual y en cada uno se realizará la salvación obrada por Cristo, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda impiedad y nos enseñó a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando a partir de ahora una vida sobria, honrada y religiosa (cf. Tit. 2,11-14).
UN AÑO JUBILAR PARA TODOS
La invitación a vivir el Año Jubilar es una buena noticia para toda la Diócesis, “es como la invitación a una fiesta de boda”, decía Juan Pablo II, pues se trata del anuncio del “Año de Gracia del Señor”, algo que nos interesa a todos personalmente. La gracia de Dios no sólo perdona los pecados, sino que sana hasta la raíz misma del pecado y penetra en el corazón, lo transforma y nos da la libertad de los hijos de Dios.
Que nadie se sienta excluido o piense que esto no tiene que ver con él. De todos los lugares de la Diócesis debemos peregrinar a la Santa Iglesia Catedral o a las Iglesias Jubilares para orar por el Papa y la Iglesia Universal, también por nuestra amada Iglesia diocesana, así como para obtener las gracias y beneficios espirituales que en forma de Indulgencia Plenaria el Santo Padre nos concede para esta ocasión. Les pido oren por nuestros sacerdotes, diáconos, y seminaristas. Oren por nuestras religiosas y religiosos. Oren por todas nuestras familias, de manera particular por las que se sienten más atribuladas en esta hora difícil, y les pido, casi como un mendigo, no dejen de orar por mí, a fin que sea el Espíritu del Señor el que inspire todos mis pensamientos y acciones a lo largo del Año Jubilar y de todo mi ministerio episcopal.
Nos acogemos a la protección y guía del Santo Apóstol Felipe. Que el ejemplo de su vida nos estimule en el seguimiento del Señor y que nos ayude con su intercesión para ser como el, verdaderos apóstoles, discípulos y misioneros en el mundo que nos ha tocado vivir y en el que Cristo nos ha invitado a ser miembros de su Pueblo.
Ponemos, también, nuestra mirada en la Virgen María bajo la advocación de la Presentación que nos acompaña siempre en nuestro camino y que, con su intercesión, ha sido y es siempre para nosotros verdadera Madre y Patrona de Nuestra Diócesis. No dejemos de confiar en Ella, procuremos conocerla mejor como modelo de vida cristiana e invocarla como Madre de nuestra reconciliación: “ruega por nosotros pecadores“.
Con el deseo de que quienes participen en este Año Jubilar por el Cincuentenario de nuestra Diócesis de San Felipe, lo hagan movidos por una profunda fe y deseo de renovación y lo vivan como un tiempo de gracia y ocasión de encuentro profundo con Cristo que transforme nuestras vidas y nos abra a nuevas perspectivas marcadas por una continua búsqueda y puesta en obra de la voluntad de Dios Padre. De todo corazón les bendigo y les auguro un año santo lleno de gracia y bendiciones de parte de Dios para todos.
Sea alabado Jesucristo,
+Victor Hugo Basabe
Obispo de San Felipe
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